ANTÓNLa era del desfibriladorEl Norte de Castilla, 24/5/08ALFONSO BALMORÍEN la larga historia de la Tierra, han quedado registrados rastros fósiles de todo tipo de criaturas. Durante la Era Primaria o Paleozoica vivieron los trilobites, cuyas huellas, las cruzianas, abundan hoy en las cuarcitas de la sierra salmantina. La Secundaria o Mesozoica fue la era de los grandes dinosaurios que nos legaron sus pisadas en las icnitas sorianas. La Terciaria fue la de los mamíferos y con la Cuaternaria llegó la hegemonía del hombre. Desde entonces seguimos dominando el planeta. Me pregunto si no estaremos entrando en una nueva era, que estudiarán los paleontólogos del futuro: la era de los desfibriladores.Hasta hace poco tiempo, el desfibrilador era un artilugio casi exclusivo de la sala de cardiopatía de los hospitales, pero hoy está ocupando nuevos nichos: los espacios públicos, como estadios o auditorios, en los que la mayor concentración de personas aumenta la probabilidad de que ocurra una parada cardiaca. Sin ir más lejos, en las canchas deportivas de Laguna de Duero los van a instalar y en mi trabajo acaban de poner tres en el vestíbulo; porque no estamos libres de sufrir un colapso y este dispositivo puede salvar vidas. Los manuales de instrucciones de los teléfonos móviles informan tímidamente, con su típica letra reducida, sobre la posibilidad de interferir con los marcapasos. Como las personas que llevan marcapasos suelen tener cierta edad, padecen de vista demasiado cansada para una letra tan diminuta, y probablemente estén hartos de la farragosa literatura de tantos folletos de instrucciones como han tenido que descifrar en su vida, pues existen pocas posibilidades de que dicha información llegue a la población diana. Se me ocurre que tal vez los médicos debieran advertir de esta circunstancia a los pacientes que tienen marcapasos implantados. Porque supongo que no se tratará de una coincidencia que la Recomendación Europea de 12 de julio de 1999, publicada en el Diario Oficial de las Comunidades Europeas el 30/7/99 relativa a la exposición del público en general a campos electromagnéticos (0 Hz a 300 GHz), en el epígrafe 13 de los considerandos, diga textualmente: «La observancia de las restricciones y niveles de referencia recomendados debería proporcionar un elevado nivel de protección contra los efectos nocivos para la salud que pueden resultar de la exposición a campos electromagnéticos, pero tal observancia puede no impedir necesariamente que se produzcan problemas de interferencia u otros efectos sobre el funcionamiento de productos sanitarios tales como prótesis metálicas, marcapasos y desfibriladores cardíacos e injertos cocleares y otros injertos; la interferencia con marcapasos puede ocurrir a niveles inferiores a los niveles de referencia recomendados y debería por ello someterse a las precauciones adecuadas que, sin embargo, están fuera del ámbito de la presente Recomendación y se tratan en el contexto de la legislación sobre compatibilidad electromagnética y productos sanitarios». Parece oportuno reseñar que previamente, el punto 4 de la misma Recomendación dice: «Es absolutamente necesaria la protección de los ciudadanos de la comunidad contra los efectos nocivos para la salud que se sabe pueden resultar de la exposición a campos electromagnéticos».Y como he conocido casos de personas con marcapasos a las que les alteraba peligrosamente la presencia de una estación base de telefonía cercana, me siento en la obligación de contarlo aquí. ¿Habrán reparado las mentes más preclaras que asesoran desde los departamentos de Salud Pública en que, por cada desfibrilador que instalan, hay miles de 'fibriladores' que la gente lleva en el bolsillo, incluso en el de la camisa, o colgado a modo de medallón vibratorio sobre el pecho? ¿Tal vez tendrían que instalar un desfibrilador por cada usuario de móvil, incluidos los usuarios pasivos que inadvertidamente pasan por allí? (Es inquietante observar cómo proliferan noticias sobre la muerte súbita de ciudadanos jóvenes en plena calle, y de deportistas en pleno esfuerzo).Pero, por fortuna, poco a poco se van alzando voces como la de Lorenzo Doreste Suárez, catedrático del Área de Conocimiento de Ingeniería Nuclear, del Departamento de Física de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria que, en un artículo titulado 'Campos electromagnéticos y culpabilidad colectiva', afirma que «está científicamente más que demostrada la nocividad de las ondas electromagnéticas generadas por las corrientes eléctricas y por las microondas, es decir: telefonía móvil, radiofrecuencias, telefrecuencias, radares civiles y militares, etcétera». Uno, que tiene la costumbre de ver lo que se va publicando en revistas científicas sobre el tema, recaló en un artículo aparecido hace dos meses en el 'Saudi Medical Journal' por investigadores del departamento de Obstetricia y Ginecología de la Universidad de El Cairo, que investigaron la respuesta fetal y neonatal de la exposición materna a los teléfonos móviles. Sus conclusiones constatan que la exposición de las madres gestantes a dicha radiación incrementa el ritmo cardíaco y reduce significativamente el gasto cardíaco del futuro retoño, por lo que cualquier avispado puede concluir que los embriones, y los niños recién nacidos, llegan al mundo con el 'miedo a las ondas' metido en el cuerpo. Pero es que además las propias incubadoras alteran el ritmo cardiaco de los prematuros, como demuestra otro estudio publicado en la edición de este mes de la revista 'Archives of Disease in Childhood', realizado por investigadores de la Universidad de Siena. Al paso que vamos, acabarán instalando desfibriladores junto a las incubadoras, y así evitarán tener que prescindir del ubicuo y práctico teléfono móvil en las plantas de maternidad.
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